Acceso a la educación media superior: derecho y promesa vacía.

Por: Mireya Flores Santillán
Premio estatal de Ensayo.
En los días más recientes ha sido común escuchar que se hable sobre la anulación del examen COMIPEMS en la zona metropolitana del país. Tales siglas corresponden a la Comisión Metropolitana de Instituciones Públicas de Educación Media Superior, que era la encargada de aplicar un examen estandarizado a los jóvenes de educación secundaria, para que obtuvieran un lugar en alguna institución de educación media superior. Sin embargo, desde hace ya varios meses, la presidenta Claudia Sheinbaum anunció que dicho examen desaparecería para garantizar el acceso a este nivel educativo.
Sin embargo, las consecuencias de desaparecer este examen van más allá de sólo cumplir con una consigna que endulza los oídos de los prosélitos. En todo esto se juegan elementos fundamentales para la educación del país. La desaparición del examen COMIPEMS repercute directamente en la eficiencia que el nivel medio superior puede aportar en la zona metropolitana. Es decir, el hecho de quitar todos los filtros para admitir a tantas personas como lo demanden, provocaría que la población estudiantil de las escuelas se sature. De esta forma, tanto las instalaciones como los servicios, también se verán rebasados en sus capacidades de atención. Y lo que es más importante: la calidad de la educación se verá afectada debido a que ahora los docentes deberán atender a grupos que, de por sí, ya estaban sobrepoblados. Además de que, muy probablemente, seguirán percibiendo un sueldo igual al que tenían anteriormente.
Todo esto hace pensar si realmente el hecho de quitar un examen estandarizado es la solución a todos los problemas de rezago educativo que históricamente ha tenido nuestro país. Es decir, ¿la mejora consiste en la cantidad o en la calidad? Personalmente, creo que radica en la calidad, y que medidas popularmente aceptadas como “garantizar la educación media superior” no son suficientes para hacer avanzar al país. El hecho de abrir el acceso a todas las personas que así lo demanden no garantiza que la educación vaya a ser realmente aprovechada, o que vaya a cumplir con las necesidades de cada estudiante. Más bien, se convierte en un gasto inmenso para la zona metropolitana, que no sabemos si podremos recuperar posteriormente.
Ya no estamos en el siglo XIX, cuando hacía falta alfabetizar a la mayor parte de la población. Hoy en día el verdadero reto no está en insertarse en el sistema educativo, sino en poder insertarse exitosamente en el campo laboral. Esto es, con condiciones de trabajo dignas, buenos salarios y sin tanto sufrimiento en la transición de estudiante a trabajador.
La verdadera crisis que enfrentamos los jóvenes hoy en día no está en el ámbito educativo, sino en el momento de encontrar trabajo. Tenemos una verdadera sobrepoblación de personas con licenciatura y posgrados que no pueden ejercer sus profesiones porque el campo laboral es increíblemente reducido y está lleno de requerimientos imposibles de cumplir. Entonces, de nada sirve tener jóvenes promesas al por mayor, si cuando cumplan el papel que la sociedad les ha encomendado, no será posible contar con su desempeño profesional.
Necesitamos más fuentes de trabajo que permitan satisfacer la inmensa sobreoferta de profesionistas. El Estado debe dejar de impedir el desarrollo del ingenio y de la creatividad, que son las bases de cualquier tipo de empleo. Mientras no haya opciones verdaderas que ofrezcan seguridad económica después de la escuela, el “derecho a la educación” será simplemente un bonito lema, y una promesa vacía y engañosa.