El ¿derecho? a la educación Media Superior.

Por: Mireya Flores Santillán
Premio estatal de ensayo.
El estudio del nivel Medio Superior en la Ciudad de México y área metropolitana ha sido siempre un tema de conversación entre los más jóvenes. El examen COMIPEMS, que ahora fue eliminado para garantizar el acceso a dicho nivel educativo, tenía la intención de distribuir a la población estudiantil según la calificación que obtuvieran, pues es de unas dimensiones exorbitantes para la cantidad de lugares que las escuelas pueden aceptar. Así, los puntajes más altos solían concentrarse en las Preparatorias y CCH de la UNAM o en los CECyT del IPN; y los más bajos, en el CETIS, Conalep, CBTIS, COLBACH y EPO. Lo cual hizo germinar un discurso de desprestigio a todas aquellas instituciones que no pertenecieran a la UNAM o al IPN.
Sin embargo, desde que inició este año, el gobierno de la Ciudad de México –y aun nacional–, determinó que el examen COMIPEMS desaparecería, como una garantía de que los adolescentes pudieran estudiar el nivel Medio Superior. Lo que no se precisó en un primer momento fue que las escuelas pertenecientes a “la máxima casa de estudios” no entrarían en tal medida, sino que harían su propio examen de ingreso. Esto cayó como un balde de agua fría en quienes habían celebrado la nueva medida del gobierno, la cual, con el paso de los meses, ha ido demostrando tener más letras chiquitas de las que al principio parecía.
Lo que no se precisó desde un inicio fue que los estudiantes tendrían que elegir entre hacer el examen de ingreso al nivel Medio Superior en las escuelas de la UNAM o tomar el lugar que les fue asignado por parte del Espacio de Coordinación de la Educación Media Superior (ECOEMS). Es decir, si eligen aplicar a alguna Prepa o CCH, deben renunciar a su derecho a elegir alguna institución que no haga examen. Entonces, ¿a qué derecho se referían la jefa de gobierno y la presidenta? Llama, igualmente, la atención que los CECyT del IPN no aplicaran esta misma medida.
Como maestra que, desde enero, ha estado preparando a estudiantes para presentar su examen de admisión al Bachillerato UNAM, he podido ver una serie de actitudes distintas frente al nuevo escenario de este proceso de admisión. Las personas que se han esforzado al máximo para obtener un lugar deben dejar el resultado a factores que poco tienen que ver con su desempeño individual, pues el examen de admisión se hará en línea, con una serie de restricciones que rayan en lo absurdo: las y los adolescentes deberán tener un equipo de cómputo, tener su cámara y micrófono abiertos en todo momento, estar en un cuarto solos donde no haya nadie que los pueda interrumpir y que esté totalmente aislado de ruido. Esto ha preocupado a más de uno, después de que en estos últimos días, hicieran su examen simulacro, pues quedó demostrado que los ruidos ambientales, el clic de un mouse o hasta el mismo viento son motivos suficientes para que la plataforma del examen emita una advertencia de que éste debe hacerse en silencio, o si no, se cancelará. Asimismo, las y los estudiantes no deberán bajar demasiado la cabeza, pues la plataforma interpreta que están haciendo trampa, lo cual deja muchas dudas acerca de la manera en que harán notas o cálculos durante su examen, así como de cualquier otro motivo que los obligue a despegar, siquiera un poco, sus ojos de la pantalla.
Todo esto suena como parte de una historia distópica. Sin embargo, está pasando ahora mismo. Las y los adolescentes están más nerviosas/os que de costumbre, pues han corroborado el peso que las arbitrariedades tienen dentro de su proceso de admisión. Por supuesto que esto ha despertado inconformidades, y no es para menos. De igual forma, los profesores también sentimos inconformidad, pues el trabajo que hemos hecho durante estos últimos meses no será tan determinante como el hecho de que pueda pasar el camión de la basura durante el examen.
Este examen de admisión al Bachillerato UNAM es punitivo, restrictivo y discriminatorio, pues las condiciones para realizarlo requieren de una realidad que muy pocas personas pueden permitirse: un cuarto propio, despejado de ruidos y personas es lo que menos hay en la zona conurbada del valle de México. Además de que, aunque no se quiera admitir tan fácilmente, aún hay muchas familias que no cuentan con una computadora o con acceso a internet eficiente. Surgen muchísimas preguntas: ¿Qué sentido tiene hacerlo en línea? ¿De verdad se está garantizando un derecho, o simplemente se usó de manera indiscriminada (otra vez) la palabra “derecho” para impulsar un discurso populista que no tiene en cuenta una práctica efectiva y sostenible? Lo veremos en el mes de agosto, cuando se compruebe que los porcentajes de estudiantes aceptados son más altos que los de los rechazados. Mientras tanto, tendremos que desear lo mejor para los próximos dos fines de semana.
La situación para nuestros adolescentes sigue siendo difícil, aun cuando se les quiera endulzar el oído con promesas vacías. Y, tristemente, no podemos decir lo contrario sobre otros niveles educativos. La educación en México pasa, desde hace décadas, por una situación crítica, en la que los profesores no tienen mucho margen de acción, donde las y los estudiantes aprenden a hacer todo de la forma en que menos esfuerzo tengan que hacer, y donde lo más importante es el trámite y no el esfuerzo que hay detrás de él. Atravesamos una etapa en la que la burocracia se ha colado por todos lados. Además de que –tal y como dije aquí hace unos meses– la salida del nivel Medio Superior, y aún Superior, es, francamente, desesperanzadora.
Estamos preparando a personas para enfrentar un mundo que ya no existe. Y, cuanta más sensatez tengamos para reconocer esto, más cerca estaremos de debatir el dominio del Estado sobre un ámbito tan fundamental como el educativo, o de atrevernos a cuestionar el sistema escolarizado tal y como lo conocemos. Pero, sin duda, es urgente hacerlo, pues siguen pasando generaciones enteras sin que las cosas más fundamentales se transformen de una forma tan radical como el mundo lo ha hecho.
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