Equidad de género, una deuda social

Por Liliana Becerril Rojas

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En los últimos años hemos escuchado con frecuencia el término de «Equidad de Género» y se ha convertido en una frase que enarbola diferentes acciones políticas y sociales, como la cuota que deben cubrir los partidos políticos y las diferentes instancias públicas para que la mujer tenga representatividad.

Sin embargo, hasta que deje de ser un requisito a cubrir y haya un verdadero interés por parte de las instituciones públicas y privadas de hacer valer la voz, el voto y las inquietudes de población femenina, solo se tratará de una simulación que poco tiene de ética.

Si de verdad buscamos que la equidad de género sea una realidad en nuestra dinámica social, es necesario establecer que la igualdad de género es un derecho humano que plantea que las personas, sin importar su género, deben ejercer las garantías individuales que el marco legal nacional e internacional les otorgan, lo que es un «deber ser», porque históricamente las mujeres hemos tenido que luchar porque esas garantías sean una realidad, pues por tradición la sociedad patriarcal ha decidido qué derechos y bajo qué circunstancias las mujeres podemos vivir nuestra libertad, ejercer nuestras garantías y asumir las responsabilidades que han sido, por tradición, un «tema de hombres».

En este sentido, la equidad de género se entiende como la serie de acciones que la sociedad debe llevar a cabo para saldar la deuda social que tiene con la mujer.

Bajo esta perspectiva podemos asumir que la equidad de género involucra los derechos humanos, a la capacitación tanto de mujeres como de hombres para crear una dinámica social justa y equilibrada y que ofrezca la misma oportunidad de desarrollo para cualquier persona. Pero llevar a cabo esta cruzada se vuelve difícil cuando hay que enfrentar a una tradición patriarcal que descalifica los esfuerzos que se hagan por poner el balance entre la población femenina y la masculina.

Es por ello que es indispensable establecer y promover la capacitación política de las mujeres para poder acceder a sus derechos mediante los marcos legales existentes, pero que no se difunden, así como proponer iniciativas que abran un espacio de desarrollo real para las mujeres, sin que sea una concesión que deba agradecerse como si se tratara de un favor.

Por otra parte, la violencia de género está vinculada con la ignorancia, tanto de hombres como de mujeres, que consideran que no hay otra posibilidad de relacionarse, que no hay otra vía de entendimiento.

Pero son limitaciones que pueden vencerse a través de la promoción de los principios de equidad de género para lograr que la igualdad de género sea una realidad para todos y, por supuesto, de una capacitación seria y de calidad que haga claro el panorama de recursos jurídicos, legales y políticos a los que todas las personas podemos tener acceso.

Una revolución social verdadera se hace desde el conocimiento y las acciones planificadas para hacer verdad lo que hoy parece utópico: que seamos iguales.

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