Las ciudades y el orden
A mi hermano
Por: Mireya Flores Santillán
Premio estatal de ensayo.
Recientemente, tuve la fortuna de salir de vacaciones por un par de días con mi familia. No fuimos muy lejos del centro del país, pero teniendo en cuenta que es cada vez más difícil coordinar los horarios de todos, se agradece poder estar en cualquier espacio que nos resulte ligeramente ajeno. Es grato, entre varias otras cosas, pasar el tiempo platicando de las cosas que se encuentran a nuestro alrededor, tales como la ciudad y las carreteras. Eso es lo que pasa cuando hay un arquitecto novel en la familia. Cada vez que tengo la oportunidad de conversar con mi hermano, termino con una reflexión nueva que es imposible de olvidar. Por eso, salir a la calle se ha convertido –tanto para mí, como para quien vaya conmigo– en una puesta en práctica de la teoría adquirida a través de dichas pláticas.
Mi familia y yo estamos acostumbrados a saber cómo es vivir en las zonas periféricas de las grandes ciudades. Pero también conocemos cómo es la vida en el medio rural, e incluso, cómo es estar dentro de la ciudad. Nuestra experiencia de trotamundos nos ha dado ciertas perspectivas respecto de cada medio, y ahora que tenemos la guía de mi hermano, hemos podido analizar más a fondo la disposición de cada uno. Esto siempre resulta interesante, pues contamos con la ventaja de poder confrontar la experiencia que implica vivir en cada uno de estos medios. Así que ni esta salida de vacaciones estuvo exenta de ser analizada.
Dado que no quiero herir susceptibilidades, sólo diré que, toda la vida, mi familia y yo nos hemos desplazado dentro de la zona centro del país. Incluso en estas vacaciones. De este modo, mientras íbamos en la carretera, encontramos cerros forrados de verde, ciudades grandes y localidades marginadas. Cada paisaje resaltaba por sus propias particularidades. Sin embargo, notamos que algunas zonas parecían más acordes que otras. Bastó prestar atención a los detalles de cada paisaje que alcanzábamos a ver desde la carretera para empezar a pensar críticamente
Así, en la zona limítrofe del estado que visitamos pudimos encontrar zonas habitacionales que se extendían como si fueran terrenos de cultivo: en lugar de ver surcos de maíz o de avena, se veían franjas blancas, anaranjadas, color ladrillo, de departamentos de, máximo, dos niveles, en medio de la nada. Mucho más allá, uno, tres, cinco edificios desperdigados, muchísimo más altos, cubiertos con cristales o con piedras claras, plantas y letras doradas para hacerse notar. Todos ellos rodeados –casi protegidos– por infinitos entramados de concreto. Decenas de autos cruzando de un lado a otro. ¿Personas? Quién sabe. No pudimos verlas desde donde pasamos.
Esto nos llamó mucho la atención, pues comúnmente vemos por los caminos casitas al lado de las carreteras, pequeños negocios, caminos que llevan hacia los pueblos… y personas, por supuesto. Mi hermano y yo pensamos de inmediato que esto parecía dar cuenta de algo más elocuente de lo que a primera vista pudiera pensarse. Él resaltó que la diferencia más llamativa entre los caminos que frecuentamos y los que vimos en este estado era que las casas que estaban al lado de aquellos parecían haberse establecido por volición, y las que colindaban con éstos, en cambio, no. Se sentían artificiales, como si la gente hubiera sido forzada a vivir ahí. En cierto modo esto es así, puesto que se trata de zonas habitacionales, muy probablemente más baratas que los fraccionamientos que se encuentran en el centro, justo al lado de los comercios de edificios enormes y elegantes.
Lo que alcanzamos a ver en ese rápido recorrido fue la clara imagen de una ciudad que hizo del clasismo el eje de su planeación. Nunca habíamos visto una intención tan clara de crear marginación. Y es que esto puede notarse en el orden con que la periferia estaba planificada: zonas habitacionales pintadas todas del mismo color, con determinada altura y extensión, todas lejos de los lugares de comercio y de trabajo. Esta distribución da la sensación de que fue hecha para tener todo bajo control, de que todo fue planeado sesudamente. Muy probablemente sí fue así. De modo que cabe preguntarse de quién(es) fueron los intereses que se priorizaron con tal planificación, ¿para quién es el orden que se procura con la planificación urbana?
Lo que ha sucedido en la periferia de la Ciudad de México, por ejemplo, se ha dado de forma colateral. Es decir, se planificó la zona central y alrededor la gente se fue acercando como pudo. Si uno va a las afueras de la capital del país puede encontrar casas de todos los tamaños, construidas “a la buena de Dios” en las laderas de los cerros. Hay pequeños comercios de varios tipos. Todo esto se encuentra débilmente ordenado, y mucho menos, planificado. Aún así, parece tener una vida más orgánica que otras periferias.
Surgen varias opciones al momento de pensar en quién hacer responsable de este tipo de injusticias: el gobierno, el capitalismo, los urbanistas. Lo que es cierto es que no todo es tan sencillo, y que se trata de un entramado entre múltiples factores que hacen que las ideas de unos cuantos dicten las vidas de millones de personas. Todo esto ocurre porque existen los Planes de Desarrollo Urbano, los cuales jamás habría conocido si no hubiera sido porque mi hermano me habló de ellos. Éstos son, prácticamente, un conjunto de reglas para pensar de la mejor manera posible en el desarrollo de cierta ciudad. Sin embargo, en la práctica podemos ver que, las más de las veces, las ideas concebidas en abstracto no se corresponden con la vida real.
Entonces, entramos en una aparente contradicción entre el vivo funcionamiento de los espacios poco planificados frente a la poca vida que se percibe en los espacios estrictamente planificados. Se supone que al momento de pensar en cada detalle de una ciudad y tomarlo en cuenta para desarrollarla de la mejor manera, todo debería funcionar fluidamente. Sin embargo, y por irónico que parezca, suele olvidarse que una ciudad alberga a un conjunto de individuos con necesidades totalmente diferentes entre sí, por lo que resulta infructuoso pretender adelantarse a adivinar lo que hará cada quien.
Además, me atrevo a pensar que es en la planeación urbana una de las disciplinas donde más fácilmente el clasismo y el racismo fundamentan el quehacer creativo, toda vez que quede a cargo de personas detestables. Para ejemplo de esto, está el origen de la zonificación estadounidense de inicios del siglo veinte, que separaba a personas negras de las blancas. De este modo, no debería sorprender a nadie que tales tipos de violencia estructural sigan siendo el argumento principal de cierta gente con poder y poquísima empatía.
El hecho es que, como personas de a pie es muy difícil que esta información llegue a nosotros, aun cuando todo el tiempo está incidiendo en nuestras vidas. Necesitamos saber que la disposición de las ciudades dice cosas de la gente que las habita, pero dice más de la gente que está a cargo de ellas. Así, cuando salgamos a la calle con ojo crítico, aparecerán los problemas y cuestionaremos sus causas, sin olvidar que hay responsables detrás de ello. Sólo así podremos asimilar que sí existen otras formas de hacer las cosas y que está en la voz de los individuos exigir que las ciudades sucedan de otra manera.