Para pensar profundamente en la gentrificación

Por; Mireya Flores Santillán

Premio estatal de ensayo

El pasado viernes 4 de julio se llevó a cabo una marcha en la avenida Insurgentes, en la Ciudad de México, la cual convocó a personas para protestar en contra de la gentrificación, un fenómeno social y económico que, entre otros, ha contribuido en que las rentas se dispararan desde hace unos años. La manifestación terminó con destrozos en inmuebles, negocios, mobiliario urbano y vehículos privados. Sin duda, se trató de un acontecimiento que puso los ojos y voces de la opinión pública en un problema que abarca muchísimos temas. A continuación, pasaré a comentar algunos de los puntos más fundamentales.

            El fenómeno de la gentrificación existe desde que las ciudades se conformaron como tal, incluso antes de que existieran los Estados-Nación. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española lo define como el “proceso de renovación de una zona urbana, generalmente popular o deteriorada, que implica el desplazamiento de su población original por parte de otra de un mayor poder adquisitivo”. Sin embargo, comenzó a hablarse masivamente de ello desde hace muy poco tiempo. Es necesario preguntarse por qué, pues siempre ha habido zonas urbanas que han sido desplazadas.

La masificación de esta discusión pone en el centro a colonias como Roma, Hipódromo, Condesa, Juárez, Centro, como si fueran las únicas zonas en México que han sufrido tal fenómeno, las cuales, desde hace décadas han estado habitadas por personas que tenían un mayor poder adquisitivo. Es decir, no fue sino hasta ahora que extranjeros –en su mayoría, estadounidenses– llegaron a impactar en su estilo de vida, cuando el tema se puso sobre la mesa de una forma tan contundente. Nunca antes se oyó decir “gentrificación” cuando se hablaba de las personas de otros estados de la República mexicana que llegaban a la Ciudad de México en busca de mejores oportunidades, y luego regresaban a sus estados de origen, con mayor poder adquisitivo. Se llamaba simplemente “migración”, aun cuando el fenómeno es el mismo. La gentrificación no parecía ser un problema de interés público, aun cuando también hubo poblaciones desplazadas. Pero, como siempre se trató de poblaciones periféricas, alejadas de las metrópolis, nunca pareció tener importancia. No fue sino hasta que el fenómeno creció y comenzó a afectar a las clases pudientes del centro de la capital, cuando ahora sí se convirtió en un problema de escala nacional.

La marcha contra la gentrificación sienta un precedente en la discusión de temas de índole social y aun económica. No obstante, es la muestra de una discusión sesgada, reducida y mal encaminada. Protestar contra la gentrificación es como protestar contra la lluvia, o contra el verano. La gentrificación es un hecho, no una interpretación de la realidad. De ahí que protestar en contra suya es del todo infructuoso, pues se convierte casi inmediatamente en una muestra de xenofobia y colorismo. Como todo hecho de nuestra realidad, el fenómeno de la gentrificación exige una minuciosa reflexión que requiere de varios enfoques: del urbanismo, de la sociología, la economía, política y antropología, por mencionar algunos. La discusión necesita ir más allá del desahogo de una frustración en común. Hace falta sentarse a cuestionar si los problemas están donde realmente se cree, y si no se le está dando una muy anticipada conclusión a un debate que ni siquiera ha comenzado.

Expresiones como “¡fuera gringos!” no hacen más que develar odio, y reducir la discusión a un tema de revancha por lo que hacen con nuestros compatriotas en Estados Unidos. El hecho de que hoy en día haya gentrificación en algunas de las colonias más antiguas del centro de la Ciudad de México es solamente el síntoma de una cadena de problemas que desde hace décadas han estado afectando a millones de personas en el país. Y no necesariamente porque hayan llegado extranjeros, sino porque dentro de nuestro propio país han existido –y sigue habiendo– controles que impiden el crecimiento económico de las poblaciones que se encuentran lejos de las metrópolis y que obligan a la gente a salir de sus lugares de origen para mejorar sus condiciones de vida. Así, crecen sólo unas cuantas ciudades. Sólo basta ver que la Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara son las tres ciudades más grandes del país. ¡Sólo tres! Cuando tenemos treinta y dos estados. Es inaudito.

Pensar en la gentrificación es un ejercicio que requiere de estudio, reflexión y humildad, pues suele haber numerosas víctimas, pero no muchas personas que se asuman a sí mismas como gentrificadoras de otras poblaciones. Con esto no quiero decir que no haya que sentir descontento y simplemente conformarnos con que “es algo que pasa, y no hay nada que hacer”. Más bien, lo que quiero decir es que el enojo está mal encaminado. Para que rinda frutos, hay que dirigirlo hacia quienes han controlado nuestras vidas desde hace décadas: el Estado. Basta con que cada uno de nosotros revise el Plan de Desarrollo Urbano de su localidad para que se dé cuenta de que ningún fenómeno de marginación y gentrificación ha sido una casualidad. El hecho de que el suelo esté regulado y zonificado ha ocasionado que la gente no pueda construir fuentes de trabajo cerca de sus viviendas, y de que tampoco puedan construir nuevas viviendas si es que hay escasez. Por eso, descorazona tanto ver que en la marcha contra la gentrificación había personas pidiendo más regulación, cuando en realidad ésta ha sido el principal grillete del desarrollo. Queda muchísimo por estudiar, aprender, cuestionar y criticar. Es un hecho que enfrentamos una crisis de vivienda sin precedentes. Los adultos jóvenes sobrevivimos con la zozobra constante de que nuestros sueldos se vayan mayoritariamente en pagar el lugar en que vivimos. Pero, para que esto se transforme verdaderamente necesitamos deshacernos de dogmas que nos han enseñado durante tanto tiempo, y que tienen que ver con el dinero, con el papel del Estado y los derechos. Como pocas veces en la historia reciente de nuestro país, enfrentamos un problema cuya discusión está todavía en ciernes, de la cual encontraremos discursos moldeados para defender ciertos intereses. Por eso, hace falta mantenerse críticos en todo momento y cuestionar a quién beneficiamos con nuestro descontento.

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