Primavera de la experiencia a través del silencio. Una reseña de Flow (2024).

Por: Mireya Flores Santillán

Premio estatal de ensayo.

Hace unos cuantos días que empezó la primavera, y con ella, un nuevo ciclo de vida en la naturaleza que, dependiendo de cuánta atención pongamos a nuestro entorno, podremos notarlo en el follaje de los árboles y la variedad de aves que, con todo y todo, todavía sobreviven en la ciudad. Nuestras ocupaciones y estrés citadinos nos dejan como último resquicio la experimentación de la primavera como un telón de fondo, sin que nos afecte corporalmente, más allá de producirnos calores tremendos. Pero ¿qué pasa con la parte de la renovación y el cambio que implica el equinoccio de primavera? A esto nos invita Flow (2024), el filme animado de Gints Zilbalodis que recientemente ganó el Oscar a mejor película de animación, y que es en sí misma el florecimiento de nuevas narrativas para el cine de animación y de nuevos retos para el público espectador.

La historia comienza con un gato, o una gata, de color negro. Nunca conocemos su sexo, ni su nombre. En realidad, poco importa, pues las experiencias que atraviesa este animalito son irreductibles a cualquier denominación. La falta de información sobre él o ella deja abierta la posibilidad al cambio, a la constante transformación a la que, finalmente, se ve sometido/a en cuanto se destroza su hogar y el entorno que hasta entonces conocía.

Una inundación interrumpe su calma de vivir en el bosque, con algún ser humano, probablemente, ya que en toda la película no se ve uno solo. Únicamente aparecen vestigios de que hubo una civilización: hay construcciones enormes, objetos y herramientas que remiten a los humanos. Sin embargo, resulta difícil determinar un espacio o tiempo en específico. Dicha inundación obliga al felino a tener que convivir con animales con los que en ninguna otra circunstancia habría tenido que hacerlo: un capibara, un lémur, un ave secretario y un perro labrador. Juntos, unen fuerzas y habilidades para navegar sobre su antigua realidad, que ahora ha quedado bajo el agua. En el trayecto, los animales se protegen, se molestan, se van conociendo poco a poco durante un viaje que no parece tener un rumbo muy claro. Lo más importante para todos ellos es sobrevivir, aun cuando no estén muy seguros del destino que les espera. Esta supervivencia exige que dejen de lado sus diferencias y tengan que aprovechar lo mejor de sus habilidades. Finalmente, el grupo de animales encuentra una solución que no los deja indemnes. Después de la inundación, no son los mismos de antes, pues su viaje los ha obligado a aprender los unos de los otros.

Mediante colores vibrantes, efectos de luz y un sonido envolvente, Flow hace que el espectador fluya en el mismo cauce que recorren los animales. La ausencia de diálogos se convierte en la mejor herramienta para acercarse a los acontecimientos de una manera pura, que no anteponga nuestros juicios ni interpretaciones. Percibimos la historia como lo hacen los animales: sin palabras; y sin embargo, todavía manteniendo una comunicación.

Así, en una época en que el silencio se ha vuelto tan escaso, en donde muchas veces es más importante opinar que haber vivido realmente un suceso, Flow nos regresa a lo más primitivo de la vida: a la experiencia. De principio a fin, el filme nos vuelve sobre nosotros mismos y nos hace cuestionarnos acerca de lo que compartimos con los demás y lo que nos hace diferentes. Hacia el final de la película, el silencio nos ha “purificado” de la misma forma en que el agua lo ha hecho con el grupo de animales. Nos ha permitido abrirle la puerta al cambio, a la transformación y a la incertidumbre que implica todo comienzo. De este modo, podemos considerar cada primavera como la oportunidad perfecta para empezar un nuevo ciclo, para dejar atrás viejos paradigmas. O mejor aún, mediante la duda, la sorpresa y la reflexión podemos hacer que cada día, cada vez que conversemos con alguien o cada que experimentemos una sensación en el cuerpo, sea primavera en nuestras vidas, y con ello, renovemos –una y otra vez– nuestra forma de percibir la realidad.

Imagen extraída de internet.

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