¿Quiénes llegan al poder con una presidenta?

Por: Mireya Flores Santillán (Premio estatal de ensayo).

Desde hace varios días el tema principal en la discusión pública ha sido la llegada de la primera mujer al poder ejecutivo mexicano. Tanto en los medios nacionales como internacionales se han hecho todo tipo de reflexiones alrededor de este acontecimiento que, sin duda, se convertirá en algo histórico. Lo más interesante está en los discursos que poco a poco se van gestando, pues con la llegada de la primera mujer a la presidencia de México se ponen en crisis preceptos que hasta entonces habían configurado a nuestra sociedad.

            Como en cualquier primera experiencia, para las personas mexicanas será complicado acostumbrarse a un nuevo tipo de discurso que constantemente se encuentre en medio de ambigüedades e inconsistencias. Y es que no me cabe duda de que una buena parte de la población esperará que la próxima presidenta sea incorruptible, tenaz, indudablemente honesta y sensata, simplemente porque es mujer; y porque la mitificación que desde hace siglos encierra a las mujeres incluye atribuirnos todo aquello que es contrario al hombre, y por extensión, al ser humano.

Esto es deshumanizante. No existe nada biológico ni genético que predetermine a las mujeres a ser seres perfectos. Por más que sean atributos positivos los que se esperan de la próxima presidenta, la cero tolerancia a equivocarse delatará lo lejos que se está de considerarla un ser humano.

            Por otro lado, el contradiscurso que, al menos durante las campañas, se ha gestado no parece ser una alternativa del todo sensata. Es decir, la manera de hacerle frente a los discursos misóginos y machistas ha sido proclamar que las mujeres nos defendemos en grupo, que actuamos como una masa homogénea y que las necesidades de una son las necesidades de todas, por lo que si una sola mujer llega al poder, llegan todas las demás. Este discurso suena bonito, pero al igual que todos los discursos políticos, tiene un tinte sensiblero y poco realista, pues dichos como éste perpetúan el mismo mito de que todas las mujeres somos iguales y necesitamos lo mismo, que no poseemos individualidad.

            Nada más falso que esto. Las mujeres conformamos más de la mitad de la población mexicana, de modo que problemas como la pobreza, la inseguridad y la marginación nos tocan en diversas medidas. Esto es suficiente para saber que existen realidades más complejas de las que alcanzamos a imaginar y que los problemas de una no son los problemas de todas. De este modo, la representación de una mujer indígena por una mujer blanca, por ejemplo, no tendrá en cuenta su realidad, puesto que es imposible. A lo mucho, pueden identificarse problemas estructurales, pero la llegada al poder ejecutivo definitivamente no significa lo mismo para todas si no pueden ver su realidad transformada.

            Me gustaría equivocarme cuando pienso que se avecina un sexenio complicado para las luchas de las mujeres. El reciente crecimiento del feminismo en el país ha despertado posturas más radicales en personas que de por sí ya eran misóginas. Es su forma de expresar su miedo. Por eso, muy probablemente, no perderán la oportunidad de –una y otra vez– recalcar por qué una mujer se equivoca más para gobernar, aún cuando cometa los mismos errores que otros gobernantes. Posiblemente, no faltarán las personas que aun siendo machistas y misóginas, defiendan a la próxima presidenta, no precisamente por su desempeño como funcionaria pública, sino porque representa el legado de alguien más a través de un partido político. Con lo cual, de nuevo, no se le consideraría como una persona.

            El país lleva décadas estando polarizado, no es algo que iniciara en este sexenio. Siempre ha ocurrido mediante diferentes discursos de odio, y no me sorprendería que en el próximo sexenio apareciera la misoginia junto al clasismo, el antisemitismo, el racismo y la xenofobia como los principales obstáculos que imposibiliten el establecimiento de un diálogo verdadero entre la gente. Tampoco me sorprendería notar que se acuse a las mujeres de “incoherentes” por simplemente hacer críticas y exigencias sustanciosas al gobierno en turno, y por “pelearse entre mujeres”.

            No digo todo esto para justificar las futuras decisiones de la próxima presidenta, sino para recordar que se trata de un ser humano, que no es perfecto por ser una mujer ni tiene el poder de identificar mágicamente las necesidades que cada ser femenino que habite en México. Las mujeres, como cualquier ser humano, tenemos la facultad de ser corruptas, mentirosas, deshonestas e insensibles. Por lo que, como ciudadanos, no habría que ignorar la posibilidad de que aparezcan estos rasgos en el próximo gobierno. El hecho de que una mujer haya llegado por primera vez a ocupar el cargo más alto del país significa sólo eso. No es la panacea para todo lo que en México está mal.

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