¿Qué celebramos el día del amor y la amistad?

Por: Mireya Flores Santillán

“Aquel que quiere ser amado, debe querer la libertad

del otro, porque de ella emerge el amor; si lo someto, se

vuelve objeto, y de un objeto no puedo recibir amor”

–Jean Paul Sartre

Casi hemos llegado a otra de esas fechas del año en que compramos regalos masivamente para demostrar nuestro amor. Aunque, de hecho, se puede decir que esa es la lógica de muchos días conmemorativos.

Sin embargo, el 14 de febrero, día de San Valentín o día del amor y la amistad es uno que en especial revela dinámicas muy profundas y significativas de nuestra sociedad.

Si comparamos las formas en que durante los últimos cinco años se ha celebrado esta fecha, contra las que existían hace diez años, por ejemplo, encontraremos diferencias notables que dan cuenta de cambios estructurales que de a poco se han abierto paso en nuestra sociedad.

Así, recuerdo que cuando yo iba en la secundaria era común ver a niños y niñas ávidos de interés por experimentar el amor. Los peluches, las flores y los chocolates estaban, como lo han estado siempre, considerados en el kit de regalo para esta fecha.
Nunca faltaba aquella joven pareja que, a fuerza de tener público, se consolidaba durante el receso de ese día.

O, en su defecto, estaban esos niños que acababan de conocer la
decepción tras ser rechazados por primera vez. Y esas niñas que recién conocían la desilusión tras haber esperado sin éxito ser notadas por su crush.

También estaban quienes se declaraban enemigos acérrimos del amor, y su actitud durante ese día consistía en manifestar lo mucho que repudiaban a los enamorados, a las rosas y los osos de peluche.

Demasiadas emociones fuertes en un solo día para personas tan jóvenes, ahora que lo pienso a la distancia. Parecía como si ése fuera el único día en el que se pudiera conseguir una pareja amorosa.

Pero entre todas esas personas, también se distinguían aquellas que optaban por hacer valer esa palabra que, como apéndice, aparecía al final del título de la festividad: la amistad. Esos grupos de amigos, principalmente formados por niñas, ponderaban la amistad sobre el amor mediante un intercambio de regalos. Pero, en general, el amor es el tema principal de ese día; y específicamente, el amor romántico.

Es interesante que, habiendo heredado tanto de los griegos, no hayamos heredado también la concepción que tenían del amor, en la que había varios tipos, y no predominaba uno sobre el otro, sino que existían todos a la par. Estos eran Philia, Storage, Ágape y Eros.

El primero estaba relacionado con las amistades, e implicaba cariño y afecto, además de que se basaba en “promover el bien del otro” 1 .

El Storage era el amor a la familia, por lo que se daba de forma natural.

El Ágape era el tipo más fuerte de amor; era desinteresado, honesto, voluntario e incondicional, puesto que se aceptan las imperfecciones del otro.

Y el Eros era un amor efímero, puramente romántico y pasional, puesto que debía su nombre al Dios de la atracción, la pasión y la fertilidad. De modo que se basaba en el físico y la sensualidad 2 .

De esta forma, lo que en occidente hemos entendido como amor ha sido mayormente en el sentido del Eros. Los demás tipos de amor solemos relacionarlos con términos como el cariño o el afecto, con lo cual, indirectamente, los relegamos a un lugar menos importante.

De hecho, si echamos un vistazo a la literatura hispánica de los más
antiguos periodos, no sorprenderá encontrar múltiples referencias a Eros como sinónimo unívoco del amor. Tal vez esto explique por qué al día de hoy todavía predomina esta única forma de entender la palabra “amor” en el imaginario colectivo. Con todo esto quizás también pueda explicarse el porqué de la urgencia por “conocer el amor”, que tenían los chicos de mi secundaria, y aun algunos adultos de la actualidad. Y es que pensemos: ¿cómo hubieran sido los 14 de febrero en occidente, de haber mantenido vigentes todos los tipos de amor que tenían los griegos? Muy posiblemente, sería una fecha con menos euforia, pues sabríamos identificar y valorar el amor en otras
relaciones interpersonales, de modo que no sentiríamos que hay que buscarlo desesperadamente.

No habría que sufrir por amor, puesto que sabríamos ver que está en todas partes. Asimismo, fuera del 14 de febrero, el amor no habría adquirido ese tinte de sufrimiento que comúnmente se le asocia como connatural.
Pero todo esto es sólo una cuestión lingüística, pues aunque ya estemos lejos de posicionar los antiguos conceptos griegos del amor en el vocabulario corriente, todavía podemos ampliar el significado de la palabra “amor” –lo cual, de hecho, ya se ha venido haciendo desde hace varios años, y por eso resulta cada vez más claro pensar en el amor propio, el amor a una disciplina, o a una profesión, por ejemplo.

Al ampliar nuestro concepto de amor, aparecen nuevas expresiones, formas y destinatarios.

Porque amar es una posición ante la vida, desde la que asumimos nuestra vulnerabilidad. Identificar el amor en más de una forma nos recuerda que ser vulnerable viene de la mano con ser humano. Con lo cual ya no habría motivos para “amar” desde el poder, la posesión, el control, el miedo o la manipulación; tanto en el amor romántico, como en cualquier otra relación humana.

Entonces, el 14 de febrero lo podríamos considerar como día del amor, nada más. Como un mero recordatorio de que el amor existe,
en las amistades, la familia, las mascotas y todo aquello que despierte en nosotros la disposición de abrir nuestra individualidad.

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